Wolfgang Vogt

La descomposición de la antigua Unión Soviética tuvo como consecuencia la creación de nuevos estados independientes en Europa oriental. Los estados bálticos Estonia, Letonia y Lituania, en los cuales se hablan idiomas emparentados con el finlandés hoy día son repúblicas independientes, igual que Moldavia, cuya población en su mayoría es rumana. Pero también territorios, donde se habla sobre todo ruso consiguieron independizarse de la antigua Unión Soviética. Eso es el caso de Bielorrusia o la Rusia Blanca y de Ucrania. Mientras en Minsk, la capital de Bielorrusia se habla el mismo idioma que en Moscú, predomina en la capital ucraniana de Kiev el ucraniano que es una variante del ruso. Es difícil decir si se trata de una lengua propia o de un dialecto. Sobre todo los ucranianos de la élite cultural en su mayoría sólo hablan ruso e ignoran el ucraniano como lengua de los campesinos. En la Feria del Libro de Francfort del año pasado representó un escritor ucraniano de lengua rusa a su país. El hecho de no hablar ucraniano no causa ningún conflicto a los ucranianos ruso-hablantes quienes defienden la apertura de su país hacia el occidente capitalista, donde hay mayor prosperidad que en las regiones que dependen económicamente de Rusia.

Hace poco el gobierno de Kiev trató de imponer el ucraniano como único idioma oficial en el país, una medida que causó vehementes protestas y fue revocada en seguida. Imagínense que en Barcelona se prohibiera el uso del castellano y todos los trámites oficiales se tuvieran que hacer en catalán. Las lenguas regionales simplemente no tienen la misma fuerza que las lenguas nacionales. El caso ucraniano es diferente del catalán, porque en las provincias del este de Ucrania viven rusos que se sienten más cercanos de Rusia que de Ucrania. Ellos se rebelaron recientemente contra el Gobierno de Kiev declarándose independientes lo cual causó una terrible guerra civil. El gobierno ucraniano apoyado por el occidente trata de someter a los rebeldes pro rusos que reciben ayuda de Moscú.

Es difícil entender este conflicto, porque para el espectador común y corriente de los países occidentales Ucrania siempre había sido una parte de Rusia. Hace diez años casi nadie tenía conocimiento de un idioma ucraniano, pero de repente se despertó el nuevo nacionalismo ucraniano y los periódicos cambiaron los nombres rusos de algunas ciudades ucranianas. Ahora las ciudades de Lvóv y Charkov se llaman en ucraniano Lviv y Charkiv. Este idioma antes considerado como un dialecto o una lengua de campesinos empieza a ser apreciado como idioma oficial. El nuevo país busca ahora su propia identidad cultural diferenciándose y emancipándose de Rusia.

Rusos y ucranianos tienen una larga historia en común y comparten como pueblos eslavos la misma religión ortodoxa. Nos acordamos de un cuento ruso del siglo XIX, donde un padre de familia esta escogiendo un nombre para su hijo. Le gustaría un nombre ucraniano, pero como los santos de Moscú son mucho más poderosos y por lo tanto milagrosos que los ucranianos, se bautiza a su hijo con el nombre de un santo ruso. El patriarcado de Moscú siempre había sido más importante que el de Kiev y con la desaparición de la Unión Soviética la iglesia rusa no quiso darle mayor autonomía al patriarca de Kiev. Hace veinte años la prensa informó de sacristanes golpeadores de Moscú quienes en la catedral de Kiev trataron de impedir la insubordinación del patriarca ucraniano.

Es normal que en un país tan excesivamente centralizado como la antigua Unión Soviética las regiones buscan una mayor autonomía. Un poco después de 1950, cuando Nikita Jrushchov integró la península de Crimea a Ucrania nadie se hubiera imaginado que esta provincia un día podría convertirse en un estado independiente hostil a Rusia. Para Jrushchov, Rusia y Ucrania eran un solo país. Y en realidad la población de Crimea es rusa y ve con más simpatía el gobierno de Moscú que el de Kiev.

Crimea se convirtió de nuevo en territorio ruso sin que se derramara ni una gota de sangre. El gobierno ucraniano cedió para no enfrentarse a la base marítima rusa en Crimea. Esta península siempre había sido el paraíso vacacional de los rusos del norte frío. Las playas de esta península de clima benigno y el champán ruso de Crimea gozan de fama en todo el mundo. Aunque culturalmente Crimea sea ruso, según el derecho internacional pertenece a Ucrania. Lo mismo pasa con las regiones orientales de Ucrania con población rusa.

Aunque jurídicamente no se justifique el cambio de fronteras, la realidad política es muy diferente. Durante la Primera Guerra Mundial, cuando se disolvió el Imperio Austro-Húngaro, cambiaron bastante las fronteras en Europa Oriental. Se creó entonces una Polonia muy grande, en cuya región oriental convivían polacos, ucranianos y judíos de lengua yiddish. Lemberg, ubicado en territorio austriaco se llama hoy día Lvov en ruso y Liviv en ucraniano y es una importante ciudad de la Ucrania occidental. Después de la Segunda Guerra Mundial Stalin amplió mucho las fronteras soviéticas hacia el occidente, y así, una ciudad como Lemberg, antes austriaca, hoy día es ucraniana.

La región occidental de Ucrania tiene una larga historia cultural. Muchos escritores escribían en yiddish, como Sholem Aleijem, a quien conocemos por su novela y obra de teatro “El violinista en el tejado” o como Joseph Roth, autor de lengua alemana, quien en “La marcha de Radetzky” describe de manera magistral la decadencia del Imperio Austro-Húngaro. La vida en la Ucrania de occidente antes de 1914 describe en su autobiografía Soma Morgenstern, amigo íntimo y biógrafo de Roth. Habla de su infancia en “En otro tiempo”, libro que tiene el subtítulo “Años de juventud en Galitzia oriental”. Ahora Lemberg, que ya no es una ciudad de Galitzia, la cual era provincia austriaca o polaca, forma parte de Ucrania. En esta Galitzia se mezclan el polaco, ucraniano, ruso y yiddish. Antes de aprender este último idioma, Morgenstern dijo sus primeras palabras en ucraniano, el idioma de la campesina que lo amamantaba. Roth, sin embargo, no quiso saber nada de las lenguas eslavas que se hablaban en su lugar natal. Las despreciaba y sólo se identificó con el alemán. Morgenstern, sin embargo, aprendió muchas lenguas, sobre todo el yiddish, alemán, polaco y ucraniano, todos idiomas importantes en la entonces Galitzia oriental de Austria. Nos cuenta que una vez conoció obreros de construcción de ferrocarril, gente muy fuerte. “…Eran todos rusos. Rusos de verdad. No ucranianos, sino rusos de manos pesadas, barbas pasadas…” a estos rusos se les llamaba kazap, “término despectivo que usábamos todos nosotros, ucranianos, polacos, y judíos, para designar a los rusos”.

Ahora ya casi no viven judíos en la antigua Galitzia, pero en la nueva Ucrania conviven ucranianos y rusos. Stalin asentó a los polacos en regiones más occidentales. Vemos que fronteras y poblaciones han sufrido muchas modificaciones durante los últimos cien años en Europa oriental. Conocemos Ucrania por escritores judíos de lengua alemana como Roth y Morgenstern, quienes nacieron allí durante el Imperio Austro-Húngaro. En la literatura rusa hay referencias a Ucrania, pero desconocemos la cultura de los mismos ucranianos, su literatura, su música, sus bailes etc. Sólo sabemos que es muy parecida a la rusa.

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Las pinturas que ilustran el presente artículo pertenecen al pintor y poeta ucraniano Tarás Shevchenko, fundador de la literatura y la pintura moderna de Ucrania. Su obra del periodo de 1840-1861 fue tomada de Internet.

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