En los años sesenta-setenta, el hecho nacional catalán comenzó a ser asumido por la izquierda militante que, primordialmente desde el PSUC, pero también desde la izquierda radical, había asumido el total protagonismo en la resistencia antifranquista. El planteamiento del derecho a la autodeterminación estuvo fuera de toda duda, al menos teórica, otra cosa era poner el cascabel a la hiena franquista cuyos cuerpos represivos habían sido objetos de toda clase de privilegios ampliando una tradición alfonsina…Cuando desde algún ángulo del izquierdismo alguien anteponía el internacionalismo –abstracto primero porque no se veía porque tenía que significar una contradicción, y después porque raramente se establecía como una práctica sistemática-, se le respondía que ambos conceptos, derechos nacionales e internacionalismo tenían que resultar complementarios, al menos desde una óptica marxista.

Recuerdo alguna resistencia “española” entre viejos militantes (fue “sonada” un asamblea en la universidad con obreros de comisiones allá por 1967, y hubo sus más y sus menos), molestos por lon problema que les resultaba extraño y que parecía cosa de los “intelectuales”, pero se les respondía que la lucha social era también una lucha democrática, y que por lo tanto, los trabajadores debían de hacer suyas las libertades de Cataluña, en definitiva el país que nos había dado de comer, y por lo tanto el nuestro según la famosa definición de Pujol de que era catalán todo aquel que vivía y trabajaba en Cataluña, por cierto, una frase que está siendo muy cuestionada, incluso desde el mismo “pujolismo”, con sus tendencias xenófobas tan cínicamente representada por el actual alcalde convergen de Vic, Josep Maria Vila d’Abadal, uno de los rostros más oscuros de un independentismo en el que no faltan algunos émulos de la Liga del Norte.

Se trataba de responder por igual a la lucha por las mejoras en las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores, y de situar al movimiento obrero  en la primera línea de las lucha por las libertades de Cataluña que, repetían los oráculos del catalanismo, de ninguna manera se podía plantear en los términos del 6 de octubre de 1934, entre otras cosas porque en aquella situación la República catalana que tenía que proclamar Companys tenía como base una huelga general animada por la Alianza Obrera…No se quería ver a ningún general Batet ocupando la “Generalitat”, pero tampoco se quería que el movimiento obrero marcara el rumbo. En eso no hubo problemas,  y como es sabido por todos y todas, una vez logradas algunas libertades fundamentales –cuyo valor se realza no tanto por sí misma, sino por cuanto significan en contraste con en esa España en la que los retrocesos podían llevar al abismo-, los partidos y sindicatos mayoritarios aceptaron que el movimiento obrero fuese desplazado al papel de los parientes pobres de la democracia.

Las conquistas democráticas, así como las conquistas sociales logradas entonces,  permitieron hacer crear a una mayoría que ahora se podría seguir avanzando, pero desde las instituciones. Fue más bien al contrario, y en ese camino, las adquisiciones teóricas y lso grandes debates quedaron como utensilios antiguos, y ahora se trataba de vivir que son cuatro días. En el tiempo que siguió, el debate se fue empobreciendo, y los más veteranos descubríamos que reflexiones que creíamos ya estaban asumidas –y que nuestro trabajos y lecturas nos habían costado-, se habían perdido. Una de esas discusiones trataba de la cuestión nacional, de manera que a principios de los años noventa, después de una larga discusión transcurrida en los ámbitos más elementales, algunos veteranos pudimos comentar, “!Ostras, parece que tenemos que volver a discutirlo todo de nuevo, como si no hubiéramos aprendido nada desde mitad de los años sesenta¡”.

Pues sí, algo de eso ha pasado, además, estos tiempos parecen funcionar contra la retención de la memoria cultural y analítica, y sucede que ahora, en medio de una crisis de crisis, cuando vuelve a resurgir con fuerza de los nacionalismos sin Estados, tenemos que volver a discutirlo todo, a replantearnos las situaciones, por ejemplo, sabíamos donde estaba el movimiento obrero el 11 de septiembre de 1977, pero, ¿dónde estaba en la última Diada? Antes hablamos en la tradición de la Primera República, de la unión libre de pueblos libros, pero ahora, ¿qué es lo que hay ahí fuera? Desde este punto de mira, días atrás editábamos un escrito de jordi Arquer, el hombre que sustituyó a Andreu Nin en la secretaría del POUM cuando este fue raptado y asesinado. Ahora nos gustaría hacerlo con otro, todavía de mayores vuelos teóricos, obra del marxista polaco Roman Román Rosdolsky (1898-1967). Autor de engels y los pueblos `sin historia´, que publicó Fontamara, y que ahoar solamente se puede encontrar en algunas librerías de segunda mano

Para presentarlo, valgan estas breves líneas escritas por Perry Anderson (Consideraciones sobre el marxismo occidental, ed. Siglo XXI, 19799, que dice sobre él…

“…nacido en Lvov, fue uno de los fundadores del Partido Comunista de Ucrania occidental. Mientras traba­jaba bajo la dirección de Riazanov como miembro corres­pondiente del Instituto Marx-Engels en Viena, se unió a Trotski en su crítica de la consolidación del estalinismo en la URSS y de la política de la Komintern frente al fascismo en Alemania a principios de los años treinta. De 1934 a 1938 volvió a Lvov y trabajó en el movimiento trotskista local de Galitzia, a la par que escribía un largo estudio sobre la historia de la servidumbre en la región. Capturado por el ejército alemán durante la segunda guerra mundial, fue en­viado a campos de concentración nazis. Al ser liberado en 1945, emigró a los Estados Unidos, donde .trabajó como in­vestigador aislado en Nueva York y Detroit, abandonando la actividad política directa. Allí escribió uno de los pocos textos marxistas importantes sobre el problema nacional en Europa que aparecieron desde la época de Lenin(1). Su magnum opus, sin embargo, fue un extenso análisis en dos volúmenes de los Grundrisse de Marx y su relación con El Capital, publicado postumamente en Alemania Occidental en 1968 (2).

El objetivo de esta importante reconstrucción de la arquitectura del pensamiento económico maduro de Marx fue permitir al marxismo contemporáneo reanudar la tradi­ción fundamental de la teoría económica dentro del mate­rialismo histórico, interrumpida al extinguirse el austro-rnarxismo en el período de entreguerras. Trotski no había escrito ninguna obra económica de entidad, a diferencia de la mayoría de los teóricos de su generación: el mismo Ros­dolsky, que no era economista de formación, emprendió esa tarea por un sentido del deber hacia las generaciones si­guientes, como solitario superviviente de la cultura de Eu­ropa oriental que había antaño producido el bolchevismo y el austromarxismo (3). Su esperanza no fue vana. Cuatro años más tarde, Ernest Mandel —un trotskista belga que había participado activamente en la Resistencia y caído prisionero de los nazis, antes de destacarse en la IV Interna­cional después de la guerra— publicó en Alemania un estu­dio de gran aliento sobre El capitalismo tardío, directa­mente en deuda con Rosdolsky.(4) fue el primer análisis teórico del desarrollo global del modo de producción capi­talista desde la segunda guerra mundial, concebido dentro del marco de las categorías marxistas clásicas

Así, la tradición que se remonta a Trotski presenta un contraste polar, en los aspectos más esenciales, con la del marxismo occidental. Se concentró en la política y la economía, no en la filosofía. Fue resueltamente internacionalista y nunca se limitó en sus preocupaciones o su horizonte a una sola cultura o país…”

 

–1) Friedrich   Engels   una   das   problem   der   «Geschichtslosen   Vdlker», Hannover,  1964.  Sobre la vida  de  Rosdolsky, véase la reseña  aparecida en Quatriéme Internationale, 33, abril de 1968.

–2)              Zur Entstehungsgeschichte  des  Marxschen  Kapitals,  Francfort,   1968 (Génesis y estructura de «El capital» de Marx, México, Siglo XXI, 1978)

–3) «El autor no es un economista ni un filósofo ex profeso.  Por ello,
no se hubiese atrevido a escribir un comentario a los Grundrisse si aún
existiese  en  la  actualidad  —tal  como  la  había  en  el  primer  tercio  de
nuestro siglo— una escuela de teóricos marxistas que se hallasen más a
la  altura  de  esa  tarea.  Sin  embargo,  la  última  generación  de  teóricos
marxistas  de renombre cayeron, en su mayoría, víctimas  del terror hit-
lerista y estalinista», Zur Entstehungsgeschichte, pp.  10-11   (p.  14).

–4 ) Der   Spatkapitalismus   (Versuch   einer  Erklárung),   Francfort,   1972;
dedicatoria a Rosdolsky, p. 9.  [La edición inglesa ampliada, Late capitalism, Londres, nlb, .1975, omite el subtítulo de la edición alemana.]  (Tra­ducción prevista:   México, Era.)

Por: ROMÁN ROSDOLSKY

Los trabajadores y la Patria: Una nota sobre un pasaje del “Manifiesto Comunista” (*)

I

El pasaje en cuestión se refiere a la actitud de los trabajadores hacia su país. Dice: “Además, se acusa a los comunistas de buscar la abolición de los países y la nacionalidad. Los trabajadores no tienen patria. No podemos quitarles aquello que no tienen. Dado que ante todo el proletariado debe obtener la supremacía política, constituirse a sí mismo en nación, es, hasta este punto, nacional en sí mismo, aunque no en el sentido burgués del término.

Día a día se desvanecen las diferencias nacionales y los antagonismos entre los pueblos, debido al desarrollo de la burguesía, a la libertad de comercio, al mercado mundial, a la uniformidad del modo de producción y a las condiciones de vida que corresponden al mismo. La supremacía del proletariado las hará desaparecer aún más rápidamente. Una de las primeras condiciones de la emancipación del proletariado es la acción unida de por lo menos los países civilizados líderes.

En la medida que se ponga término a la explotación de un individuo por otro, también se pondrá término a la explotación de una nación por otra. En la medida que el antagonismo de clases dentro de la nación se desvanezca, llegará a su fin la hostilidad de una nación a otra”. (1) Y en una página anterior, el “Manifiesto” afirma: “La lucha del proletariado con la burguesía es ante todo, en forma aunque no en sustancia, una lucha nacional. El proletariado de cada país debe, por supuesto, arreglar cuentas ante todo con su propia burguesía”. (2) La literatura socialista ha citado estos pasajes en innumerables ocasiones, generalmente para justificar la actitud negativa del movimiento obrero socialista hacia el patriotismo burgués y el chauvinismo. Sin embargo, a menudo se ha intentado atemperar el fuerte lenguaje de estos pasajes, para darles un sentido opuesto, un sentido nacionalista.

Podemos citar como ejemplo a H. Cunow, el bien conocido teórico de la socialdemocracia alemana. Analiza los pasajes arriba citados en su libro sobre: “Las teorías de la historia, la sociedad y el estado en Marx”. Según Cunow, todo lo que Marx y Engels pretendían afirmar era que: “Hoy (1848), el trabajador no tiene país, no forma parte de la vida de la nación, no tiene participación en su riqueza material y espiritual. Pero llegará el día en que los trabajadores obtengan el poder político y adquieran una posición dominante en el estado y la nación; y entonces, cuando por así decir [?] se hayan constituido en la nación, también serán nacionales y se sentirán nacionales, aún cuando su nacionalismo será [!] tipo diferente al de la burguesía”.(3)

Esta interpretación de Cunow (4) tropieza con una frasecita, la frase “hasta este punto” (“Dado que ante todo el proletariado… debe constituirse así mismo en nación, es,  hasta este punto, nacional en sí mismo”), indicativa de que ni Marx ni Engels esperaban que el proletariado se mantuviera “nacional” para siempre…

La interpretación de Cunow se convirtió en la interpretación normal de la literatura reformista; pero después de la Segunda Guerra Mundial también encontró aceptación en el campo comunista. Así, leemos en la “Introducción” a la edición del “Manifiesto” vienesa de la Stern-Verlag (1946): “Cuando en el Manifiesto Comunista Marx afirma que ‘Dado que ante todo el proletariado debe obtener la supremacía política, transformarse en la clase dirigente de la nación, constituirse a sí mismo en nación, es, hasta este punto, nacional en sí mismo’ debemos entender que en nuestra época la clase trabajadora actúa como clase nacional, como columna vertebral de la nación en el combate contra el fascismo y por la democracia. La clase trabajadora de Austria lucha hoy para ganar su patria austriaca, para crear una Austria independiente, libre y democrática”. (5)

Esta interpretación no solamente equivale a la de Cunow, sino que va más allá aún. En completa contradicción con estas interpretaciones nacionalistas se encuentra lo que Lenin escribió en su famoso ensayo ‘Karl Marx’: “La nación es un producto necesario, y la forma inevitable, en la época burguesa de desarrollo social. La clase trabajadora no puede fortalecerse, madurar y consolidar sus fuerzas sino constituyéndose en la nación’, sin ser ‘nacional’ (‘aunque no en el sentido burgués de la palabra’). Pero el desarrollo del capitalismo tiende a derribar las fronteras nacionales, desecha el aislamiento nacional, reemplaza los antagonismos nacionales por antagonismos de clase. En los países capitalistas más desarrollados es perfectamente cierto que ‘los trabajadores no tienen patria’ y que la ‘acción unificada’ de los trabajadores, al menos en los países civilizados, ‘es una de las primeras condiciones para la emancipación del proletariado’”. (6)

Pero ni siquiera la interpretación de Lenin termina de ser satisfactoria. Mientras que, según “El Manifiesto”, el proletariado, incluso después de obtener la supremacía política, será “hasta este punto, nacional en sí mismo”, Lenin restringe este “ser nacional” a los inicios del movimiento de la clase trabajadora, antes de su ‘mayoría de edad’. En una sociedad capitalista completamente desarrollada, dice Lenin, los trabajadores tendrán menos patria que nunca…

Hasta aquí las diversas interpretaciones de los pasajes citados del “Manifiesto”.

No puede parecer extraño que cierta cantidad de autores socialistas hayan intentado encontrar su verdadero significado. Mucho más extraño es que a lo largo del tiempo estos pasajes se hayan transformado en una especie de Credo, que se hayan deducido de ellos consignas programáticas de largo alcance incluso cuando no se terminan de entender las palabras del “Manifiesto”… Esto se aplica especialmente a la afirmación de que los trabajadores “no tienen patria”. Era mucho más fácil repetirla mecánicamente que explicar esta oración tan simple en apariencia y ponerla de acuerdo con la práctica cotidiana de los partidos socialistas (y luego los partidos comunistas).

Y, desafortunadamente, esta práctica parecía desmentir cada vez más a los autores del “Manifiesto”…

II

¿Qué significan, entonces, en realidad, las proposiciones del “Manifiesto”?. ¿En qué sentido “no tienen patria” los trabajadores, y cómo es que, pese a todo, aún después de obtener la supremacía, seguirán siendo “hasta este punto, nacionales”? Parecería que para responder esta pregunta debemos ante todo examinar la terminología del “Manifiesto”. Es bien sabido que los términos ‘nación’ y ‘nacionalidad’ no tienen siempre y en todas partes el mismo sentido. En inglés y francés, por ejemplo, se suele entender por una ‘nación’ la población de un estado soberano, y se toma el término ‘nacionalidad’ sea como un sinónimo de ‘ciudadanía’ o como designación de una mera comunidad de ascendencia y lenguaje (un ‘pueblo’… como el ‘Volk’ alemán); en cambio, en Alemania y Europa Oriental ambos términos hacen referencia ante todo a comunidades de ascendencia y lenguaje. (7)

Marx and Engels, especialmente en sus escritos tempranos, seguían casi siempre el uso francés e inglés. En primer lugar, utilizaban la palabra ‘nación’ para designar a la población de un estado soberano (excepcionalmente, también aplicaban este término a pueblos ‘históricos’, como los polacos, que – temporalmente – habían sido privados de su propio estado). ‘Nacionalidad’, por el otro lado, significaba para ellos: sea (a) perteneciente a un estado, es decir, un pueblo que poseía un estado; sea (b) una mera comunidad étnica. Coherentemente, este es prácticamente el único término que usan para los así llamados ‘pueblos sin historia’, como los eslavos austriacos (checos, croatas, etc.) y los rumanos o para los ‘restos de pueblos’ como los gaélicos, bretones y vascos… ¡Y precisamente este concepto de ‘nacionalidad’, en fuerte contraste con el de ‘nación’ (por el cual Marx y Engels entendían un pueblo que poseía un estado propio y por lo tanto su propia historia política), era muy característico de su terminología. Citamos algunos ejemplos: Los gaélicos de las Tierras Altas (Highland Gaels) y los galeses [escribía Engels en el periódico “The Commonwealth” en 1866] son sin duda de nacionalidades diferentes a lo que son los ingleses, aunque nadie daría por estos remanentes de pueblos que hace mucho han perdido el título de naciones más que por los habitantes célticos de la Bretaña francesa… (9)

Y en el artículo “Alemania y el paneslavismo” (1855) dice que: “Podemos distinguir dos grupos de eslavos austriacos. Uno consiste de remanentes de nacionalidades, cuya propia historia pertenece al pasado y cuyo desarrollo histórico actual está atado al de naciones de raza y lengua diferentes… En consecuencia, aunque estas nacionalidades viven exclusivamente sobre suelo austriaco, en modo alguno se constituyen como naciones diferentes”. (10)

En otro sitio, Engels afirma: “Ni Bohemia ni Croacia poseían la capacidad de existir por sí mismas. Sus nacionalidades, minadas gradualmente por factores históricos que provocan su absorción por razas más vigorosas, sólo pueden esperar la recuperación de algún tipo de independencia si se vinculan con otras naciones eslavas’ (aquí Engels se está refiriendo a Rusia)”. (11) El artículo citado de “The Commonwealth”, revela cuánta importancia asignaba Engels a la diferenciación terminológica de los conceptos de ‘nación’ y de ‘nacionalidad’; hace allí una tajante distinción entre las cuestiones ‘nacional’ y ‘de nacionalidades’, entre el principio ‘nacional’ y el principio de las ‘nacionalidades’. Aprobaba solamente el primero y rechazaba vigorosamente el segundo. (Como se sabe bien, Marx y Engels se equivocaban al negar futuro político a los ‘pueblos sin historia’: checos, eslovacos, serbios, croatas, eslovenos, ucranianos, rumanos, etc. (12))

III

También en el “Manifiesto Comunista” encontramos diversas instancias de este uso terminológico. Por ejemplo, cuando habla de que ‘el desarrollo del capitalismo mina las industrias nacionales'(13), es evidente que hace referencia a industrias confinadas al territorio de un estado dado. Por supuesto, deben entenderse en el mismo sentido las ‘Nationalfabriken’ (‘fábricas propiedad del Estado’, en la versión inglesa) a las que se hace referencia al final de la segunda sección. Y cuando en la oración ‘Provincias independientes, o apenas si conectadas tenuemente, con intereses, leyes, gobiernos y sistemas impositivos distintos, terminan agrupadas en una nación, con un gobierno, un código de leyes, un interés nacional de clase, una frontera y una tarifa aduanera’ (14), las palabras ‘nación’ y ‘nacional’ hacen evidente referencia al estado, al pueblo que tiene un estado, y no a la nacionalidad en el sentido de la ascendencia y el lenguaje. Finalmente, cuando en el “Manifiesto” Marx y Engels hablan de la lucha ‘nacional’ del proletariado, lo hacen en un sentido bastante diferente al que le dan las interpretaciones reformistas o neoreformistas… El siguiente párrafo, que retrata el origen de la lucha proletaria, lo aclara: “Al principio la lucha la llevan adelante trabajadores individuales, luego los trabajadores de una fábrica, más adelante los miembros de una rama de la producción, en una localidad, contra el burgués individual que los explota directamente… Era precisamente este contacto el que hacía falta para centralizar las numerosas luchas locales, todas del mismo carácter, en una lucha nacional entre clases”. (15) Aquí, la lucha ‘nacional’ del proletariado, es decir el combate planteado a nivel del estado entero, se hace directamente igual a la lucha de clases, dado que sólo semejante centralización a escala del estado podía oponer los trabajadores como clase a la clase de la burguesía, dándole a estos combates la marca de combates políticos(16). Volviendo al párrafo citado al inicio, cuando Marx y Engels afirman que la lucha del proletariado contra la burguesía es “ante todo nacional”, lo que tienen en mente es, con toda evidencia, una lucha que se lleva a cabo en primer lugar en el marco de un solo estado, como lo prueba la razón ya dada de que “el proletariado de cada país debe, por supuesto, arreglar cuentas ante todo con su propia burguesía”. Pero desde este punto de vista la afirmación de que el proletariado debe elevarse a “clase dirigente de la nación”, de que debe constituirse como “la nación”, toma igualmente un significado muy definido. Afirma que al principio el proletariado debe guiarse por las fronteras existentes, llegar a ser la clase  dirigente dentro de los estados existentes. Es por eso que al principio será “hasta ese punto, nacional…”, aunque “no en el sentido burgués de la palabra”; porque el objetivo que se impone la burguesía es la separación entre los pueblos y la explotación de las naciones extranjeras por la propia. Por otro lado, la clase trabajadora victoriosa laborará desde el principio por la eliminación de las hostilidades y antagonismos nacionales entre los pueblos.

Ejerciendo su hegemonía, creará las condiciones bajo las cuales “en la medida que el antagonismo de clases dentro de la nación se desvanezca, llegará a su fin la hostilidad de una nación a otra”. Desde este punto de vista, y solamente desde él, se puede entender lo que quería decir el joven Engels cuando escribía sobre la ‘abolición’ o ‘aniquilación’ de la nacionalidad: no por cierto la ‘abolición’ de las comunidades étnicas y lingüísticas existentes (¡esto hubiera sido absurdo!), sino de las ‘delimitaciones políticas de los pueblos.’(17) En una sociedad donde (en las palabras del “Manifiesto”) “el poder público perderá su carácter político” y el estado como tal se marchitará no puede haber lugar para ‘estados nacionales’ separados…

IV

Creemos que nuestro análisis de la terminología del “Manifiesto” es más que un intríngulis filológico. Ha demostrado que los pasajes en cuestión se refieren ante todo a la ‘nación’ y la ‘nacionalidad’ en el sentido político, y por lo tanto no se compadecen con las interpretaciones anteriores. Esto se aplica especialmente a la sumamente arbitraria y sofística explicación de Cunow, quien trató de deducir del “Manifiesto” un ‘nacionalismo proletario’ específico y de reducir el internacionalismo del movimiento internacional de la clase trabajadora a un deseo de ‘cooperación internacional entre los pueblos’ (18).

Pero el “Manifiesto” tampoco predicaba la indiferencia proletaria frente a los movimientos nacionales, la práctica de una especie de ‘nihilismo’ en cuestiones de nacionalidad. Cuando el “Manifiesto” afirma que los trabajadores “no tienen patria”, está haciendo referencia al estado nacional burgués, no a la nacionalidad en el sentido étnico. Los trabajadores “no tienen patria” porque, según Marx y Engels, deben tomar al estado nacional burgués como una maquinaria dirigida a su opresión (19); ¡y después de haber tomado el poder seguirán sin ‘tener patria’ en el sentido político, en la medida que los diversos estados-nación socialistas serán solamente una etapa de transición en el camino hacia la sociedad sin clases y sin estado del futuro, dado que la construcción de semejante sociedad solamente es posible a escala internacional!

De este modo, la interpretación ‘indiferentista’ del “Manifiesto” tan usual en los círculos marxistas ‘ortodoxos’ carece de justificación. El hecho de que esta

interpretación haya causado, en general, poco daño al movimiento socialista, y de que en cierto sentido hasta lo haya promovido, se debe a un hecho circunstancial: que -aún cuando de un modo distorsionado- reflejaba la tendencia inherente del movimiento obrero al cosmopolitismo (20), su esfuerzo por superar la estrechez de miras nacional y las “separaciones y antagonismos nacionales entre los pueblos”. En este sentido, sin embargo, estaba mucho más cerca del espíritu del marxismo y del “Manifiesto” que la

interpretación nacionalista de Bernstein, Cunow y otros.

NOTAS

(1) Marx and Engels, The Communist Manifesto (International Publishers, 1948), p.28.

(2) Ibid., p.20.

(3) Die Marxsche Geschichts-, GeseIlschafts- und Staatatheorie, vol. 2, p.30.

(4) Cunow no fue el primero en interpretar el “Manifiesto” en este sentido. Esta innovación reformista, al igual que muchas otras, se origina en el fundador del revisionismo, E. Bernstein. En un artículo sobre ‘La socialdemocracia alemana y el embrollo turco'(“Neue Zeit”, 1896-7, no. 4, pp. 111ff) afirma que: “La proposición de que el proletario no tiene patria se corrige donde y cuando puede participar como ciudadano de todo derecho en el gobierno y la legislación de su país, y puede modificar las instituciones según sus deseos, y en la medida en que puede hacerlo”.

(5) La idea de que los trabajadores austriacos podrían haber querido luchar por el socialismo en su país ni siquiera parece habérsele ocurrido al autor de la ‘Introducción’…

(6) V.I. Lenin, The Teachings of Karl Marx (International Publishers, 1930), p.31.

(7) Sobre el tema, afirma K. Kautsky: “El concepto de nación es igualmente difícil de delimitar. Y el hecho de que la misma palabra denote dos formaciones sociales diferentes, y que dos palabras diferentes denoten la misma formación no disminuye, precisamente, la dificultad. En Europa Occidental, con su vieja cultura capitalista, el pueblo de cada estado se siente estrechamente unido al mismo. Allí, se denomina ‘la nación’ a la población de un estado. Es en este sentido que, por ejemplo, hablamos de la nación belga. Cuanto más nos internamos hacia el Este europeo, son más numerosas las porciones de la población de un estado que no desean pertenecer al mismo, que constituyen comunidades nacionales dentro del mismo y por sí mismas. También se las llama ‘naciones’ o ‘nacionalidades’. Sería recomendable aplicarles solamente el últim  término.”(Die materialistische Geschichtsauffassung, vol. 2, p.441.)

(8) Compárese con el discurso de Marx sobre Polonia, fechado el 22 de febrero de 1858: ‘Los tres poderes [o sea Prusia, Austria y Rusia] siguieron el curso de la historia. Cuando en 1846 incorporaron Cracovia a Austria, confiscaron las últimas ruinas de la nacionalidad polaca…” (MEGA, vol. 6,p. 408; see also Gesammelte Schriften, vol. 1, p.247). También aquí, como en muchos otros pasajes de Marx y Engels, no se entiende por ‘nacionalidad’ otra cosa que el gobierno.

(9)Grünbergs Archiv, vol.6, p. 215ff.

(10)Gesammelte Schriften, vol.1, p.229.

(11) Revolution und Kontrerevolution in Deutschland, pp.62ff.

(12) Véase mi monografía: ‘Fr. Engels und das Problem der “geschichtslosen” Völker’, in Archiv für Sozialgeschichte vol. 4, pp. 87-282. [Publicada ahora como; “Engels and the ‘Nonhistoric’ Peoples: The National Question in the Revolution of 1848” (n. pub.: Critique Books, 1986).]

(13) The Communist Manifesto, p.12.

(14) Ibid., p.13.

(15) Ibíd., pp. 17-18.

(16) Compárese con “La ideología alemana”: “Precisamente porque la burguesía ya no es un estamento sino una clase, se ve obligada a organizarse nacionalmente y ya no

localmente, dándole a sus intereses promedio una forma general”.(MEGA, vol. 5, p.52).

(17) En el mismo sentido, Engels escribía en 1846: “Solamente los proletarios pueden abolir la nacionalidad; solamente el proletariado en su despertar puede permitir la fraternización de varias naciones” (MEGA, vol. 6, p.460). DE un modo similar, en “La

ideología alemana”, se hace referencia al proletariado como una clase que “ya es la expresión de la disolución de todas las clases, nacionalidades, etc., dentro de la sociedad del día de hoy… dentro de la cual ya está abolida la nacionalidad” (Ibíd., vol. 5, pp.60 y 50; y cf. Ibíd., vol. 5, p.454).

(18) El máximo error en la lectura del “Manifiesto” que hace Cunow es quizás el contenido en la siguiente cita de su libro: ‘Y es igualmente irrazonable sacar de la consigna “¡Trabajadores del mundo, uníos!” la conclusión… de que Marx pretendía afirmar que el trabajador está afuera de la comunidad nacional. No lo es menos deducir de la consigna “¡Periodistas, médicos, filólogos, etc., uníos en sindicatos internacionales para llevar vuestras tareas adelante!” que los miembros de estas asociaciones profesionales deberían sentirse desvinculados de su nacionalidad…’ (Op. cit., vol. 2, p.29). Compárese con la “Crítica al programa del Gotha” hecha por Marx en 1875, en cuyo punto 5 puede leerse que: “La clase trabajadora lucha por su emancipación en primer lugar dentro del marco del estado nacional actual, conciente de que el resultado necesario de sus esfuerzos, que son comunes a los trabajadores de todos los países civilizados, será la hermandad internacional de los pueblos”

Sobre el mismo tema, Marx afirmaba: ‘Lassalle, en oposición al “Manifiesto Comunista” y a todo el socialismo anterior, pensaba el movimiento obrero desde el punto de vista nacional más estrecho. En esto lo continúan -(¡y eso después de todo el trabajo realizado por la Internacional!). Sin embargo es evidente por sí mismo que, para poder siquiera dar la lucha, la clase trabajadora debe organizarse como clase en su propia casa y que la arena inmediata de su lucha es su propio país. En la medida que su lucha de clases es nacional, no en lo substancial, pero como dice el “Manifiesto Comunista” ‘en lo formal’. Sin embargo, el ‘marco del estado nacional actual’, por ejemplo el Imperio Alemán, se encuentra, en sí mismo y a su vez, ‘en el marco del sistema de estados’ desde el punto de vista económico. Cualquier hombre de negocios sabe que el comercio alemán es al mismo tiempo comercio extranjero, y que la grandeza de Herr Bismarck consiste, de seguro, precisamente en que persigue un tipo de política internacional. ¿Y a qué reduce su internacionalismo el partido de los trabajadores alemán? A la conciencia de que el resultado de sus esfuerzos será la ‘hermandad internacional de los pueblos’, una frase tomada en préstamo de la burguesa Liga de la Paz a la que se trata de hacer pasar po  equivalente de la hermandad internacional de las clases trabajadoras en la lucha común contra las clases dominantes y sus gobiernos. ¡Por lo tanto, ni una palabra sobre las funciones internacionales de la clase trabajadora alemana!’ (Selected Works, vol. 2, p.25f).

(19) En uno de sus cuadernos de notas, Marx extrajo lo siguiente de Brissot de Warville: “Hay una noción que sospechan solamente aquellos que preparan planes educativos para el pueblo: que no puede haber virtud desde que las tres cuartas partes del pueblo no tienen propiedad; porque sin la propiedad la gente no tiene país, sin un país todo está en contra de ella, y por su parte deben armarse contra todos… Dado que este es el lujode las tres cuartas partes de la sociedad burguesa, se deduce que estas tres cuartas partes no pueden tener religión, moral, ni apego al Gobierno…” (MEGA, vol. 6, p. 617).

(20) En su carta a Sorge del 12 al 17 de septiembre de 1874, Engels hablaba de los “intereses cosmopolitas comunes del proletariado”. Esto contrasta vivamente con la connotación despreciativa que adquirió la palabra ‘cosmopolita’ en el vocabulario político de la Unión Soviética.

(*)[* “The Workers and the Fatherland: A Note on a Passage in the Communist Manifesto”, International 4.2 (Winter 1977).] Este texto –bastante olvidado-  apareció publicado en la revista “Viento Sur”, y está editado en pdf en alguna Web como “Andalucía libre”.

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