El soldado anónimo

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Wolfgang Vogt

Piotr Niewadomski, el protagonista de la novela “La sal de la tierra” que el novelista polaco Józef Wittlin publicó en 1935, tiene cierto parecido con el buen soldado Schweik del novelista checo Jaroslav HaÅ¡ek. Los dos son personas sencillas sin instrucción ninguna y les toca participar en la I Guerra Mundial sin entender realmente los motivos de esta guerra. Piotr, hijo ilegítimo de una campesina de la provincia austriaca oriental de Galitzia, no sabe nada de la identidad de su padre y por eso su apellido es Niewadomski. En traducción española sería una persona desconocida o anónima o mejor dicho un Don Nadie.

Wittlin describe el inicio de la guerra en el verano de 1914 desde la perspectiva de un empleado de ferrocarriles quien carga las maletas de los viajeros en una pequeña estación de trenes de la línea Lemberg (Lwow en ruso y Lwiw en ucranio) y Czernowitz. Piotr se siente muy honrado, cundo es nombrado guardabarreras, porque ahora puede usar una cachucha de ferrocarrilero que le da cierta autoridad en el imperio austro-húngaro, donde sólo gozan de verdadero prestigio los hombres uniformados. Piotr forma parte de la tribu eslava de los huzules que viven en la parte oriental de Galitzia, donde conviven polacos y ucranios, católicos de rito latino y griego. Piotr se expresa en polaco y ucraniano, lenguas que se parecen mucho, pero no entiende el alemán, la lengua que se habla en la corte de Viena de su venerado emperador Francisco José. Este monarca, hermano del emperador mexicano Maximiliano, ya tiene más de 50 años en el trono y Piotr esta dispuesto a defender su imperio en la guerra. No puede explicarse porque tantos pueblos diferentes viven en la monarquía austro-húngara, pero todos ellos están dispuestos a defender el imperio contra los rusos, cristianos ortodoxos que no se someten a la autoridad del papa. Cuando muere Pio X quien en vano había realizado muchas gestiones para conservar la paz, suenan las campanas en el pueblo de Piotr en señal de luto.

Para Piotr, Francisco José, el dueño del imperio, representa la única y verdadera fe que es la católica, una fe que no comparten los rusos. Pero Piotr no entiende que él se va a la guerra al lado de judíos que ni siquiera creen en Jesús. El mundo es enigmático igual que la figura del emperador quien da sentido a la vida del huzul analfabeta. Se deja conducir por las autoridades del imperio y, jamás se le ocurre dudar de la legitimidad del trono de Viena que esta ahí gracias a la voluntad de Dios. Con gusto acepta Piotr convertirse en soldado y no opone ninguna resistencia, cuando lo mandan a Hungría, para que luche desde allí contra los serbios quienes habían matado al hijo de Francisco José. Para él el mundo militar, cuyo dios es la subordinación, es extraño. En su cuartel cerca de Budapest espera que lo manden al frente, si no se termina la guerra antes, porque mucha gente cree que después de pocas semanas se acaba. La vida militar le enseña muchas cosas nuevas a Piotr quien nunca antes en su vida había conocido una ducha. Su nueva vida es difícil de entender, pero en el fondo es agradable. Antes, pocas veces al año, comía carne y ahora casi todos los días. Las diferencias que separan a los hombres en la vida civil desaparecen. Todos tienen que rasurarse y cortarse el pelo, incluso los judíos que se indignan, cuando se les cortan sus barbas y pelos de tirabuzón.

Piotr conoce a los húngaros, un pueblo extraño para él, porque una parte de ellos son calvinistas, lo cual no le puede gustar al emperador. Llegan también tropas de diferentes partes del imperio y hablan otros idiomas. Los generales mezclan checos, polacos, alemanes, etc. para evitar rebeliones de algunos grupos étnicos. Sobretodo los checos se rebelan a veces contra Viena, porque no tienen la lealtad de los huzules.

Describiendo los detalles de la vida militar y cotidiana de Piotr el autor logra un cuadro magistral de la decadencia de la monarquía austro-húngara, un aglomerado artificial de muchas nacionalidades, donde los húngaros tienen cierta autonomía y reconocen a Francisco José como rey húngaro, mientras en el resto de la monarquía es emperador. Para Piotr la compleja estructura de esta monarquía es un misterio, pero nunca deja de tener fe en su emperador. La novela termina cuando Piotr está a punto de salir al campo de batalla. El autor no nos dice nada de su destino pero lo más probable es que no regrese vivo de la guerra.

Para el pacifista Wittlin la I Guerra Mundial fue un conflicto inútil provocado, como dice el autor en su postscriptum de su libro “por hombres inconscientes de sus aspectos y consecuencias, y por los cínicos, arribistas y frívolos, aunque con frecuencia, verdaderos patriotas, quienes solo después del estallido de la guerra, o durante su desarrollo, se dieron cuenta de su cruda verdad”. Cuando los altos políticos de Viena presionaron a Francisco José para que declarara la guerra a Serbia dijo simplemente: “¿Ustedes han participado en alguna guerra? ¡Yo en muchas!” Pero la sabiduría del monarca, a quien el autor describe con cariño y respeto, no convence a sus jóvenes colaboradores fogosos.

Josef Roth, otro gran narrador de Galitzia quien en muchas de sus novelas describe de manera maravillosa la decadencia y caída del imperio austro-húngaro, siente también un profundo respeto por Francisco José. Roth escogió el alemán como lengua literaria, porque la lengua rutena de la región, donde nació, que es una variante del ruso, es más bien un dialecto local. Las primeras novelas de Roth están influidas por el expresionismo alemán. Witlin forma parte de un grupo de autores expresionistas polacos al cual pertenece también Bruno Schulz, uno de los pocos judíos de Polonia que no escribieron en yiddish (como por ejemplo Isaac B. Singer) o alemán, sino en polaco. A Roth, Schulz y Wittlin los marcó la atmósfera decadentista del imperio austro-húngaro. A diferencia de los dos primeros escritores Wittlin es un maestro de la sátira. Con humor mordaz describe el orden y la subordinación en el ejército. Para el Feldwebel Bachmatiuk estas dos virtudes son la esencia de su vida que sin disciplina militar no tendría sentido. Con ironía acertada presenta el autor varios militares a sus lectores. Obviamente, antes de la I Guerra Mundial, sólo los uniformados eran personas importantes en una sociedad que trataba a los civilistas con desprecio. Hoy día, después de las catástrofes de dos guerras mundiales, ya no nos impresionan tanto los uniformes.

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