Libros: Philip Roth

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Para Albor Rodríguez

Némesis es un artefacto del tiempo. De la decantación. De la experiencia que ha dejado atrás especulaciones, florituras y adjetivos. Veteranía que se expresa en la limpidez con que la narración se zambulle o se despega de los hechos. Trazo que parte de los pequeños vaivenes de unos personajes en un barrio judío de Newark (“El primer caso de polio de aquel verano se produjo a comienzos de junio, poco después del Día de los Caídos….”) y lo cierra con una meditación que habla de cómo el exacerbado sentido de responsabilidad de un hombre puede hacerse añicos, destrozado por la voracidad de su época.

Ocurre en el verano de 1944: una epidemia de poliomielitis se abalanza sobre los habitantes del barrio de Weequahic (el mismo donde Roth nació y creció), mientras una guerra en Europa y otra en el Pacífico desgastan las energías del mundo. El pestífero irrumpe en las certidumbres, en la rumia de los días y en las ilusiones de una comunidad conservadora que vive bajo la sensación de vigilarlo todo, y que confía en la felicidad futura para sí misma y quizás, para el resto de la humanidad. Pero como toda epidemia, también ésta tiene la fuerza de minar la confianza en los demás, la sensación de controlar la realidad y la posibilidad de encontrar alivio. Cuando alguien siente que lo peor ha pasado ya, la enfermedad continúa su arremetida. Newark es presa de la poliomielitis y del pánico. “Aquella era también una guerra de verdad, una guerra de matanza, ruina, desolación y perdición, una guerra con los estragos de la guerra: una guerra contra los niños de Newark”.

Bucky Cantor, vástago judío cuya atribulada familia proviene de la Galitzia polaca, es la figura central de Némesis (Random House Mondadori, España, 2011). La maestría de Philip Roth (cuya obra premiada y vuelta a premiar, acaba de ser reconocida con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras), le permite construir a este entrenador deportivo en unos pocos párrafos. Erige al hombre Bucky Cantor (“La voz que surgía de aquel rostro delineado con tanta precisión era, inesperadamente, bastante aguda, pero no por eso el aspecto del joven resultaba menos imponente.

Era un rostro de hierro forjado, resistente al desgaste, revelador de una asombrosa energía, en rostro de un joven robusto en quien podías confiar”) y despliega la controversia interior que es su esencia: su reacción ante la injusticia, su reacción ante Dios, como si se tratara de un Job de nuestro tiempo y de nuestras miserias: “Haces lo correcto, una vez y otra y otra, haces lo que es debido sin cesar. Tratas de ser una persona considerada, una persona razonable, una persona complaciente, y ocurre esto. ¿Dónde está el sentido de la vida?”.

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